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Derechos Lingüisticos y Derechos Humanos

Cuando George Orwell publicó su obra maestra Mil ochocientos noventa y cuatro, en 1948, ésta fue considerada una crítica al autoritarismo. Y aunque, en efecto, el escritor inglés se lanza contra todo abuso de autoridad en esa novela en la que pinta un mundo deshumanizado, en el que no se mueve una sola hoja sin la aprobación del “Hermano mayor”, la crítica acogió la obra como “anticomunista”, tal como hiciera con la anterior Rebelión en la granja.

No pocas personas basan sus recelos contra una lengua internacional en la actitud asumida por Orwell hacia la noviparla, lengua que en el país del Hermano mayor es impuesta por las autoridades con el fin de controlar al pueblo y, de hecho, impedir que éste se dé cuenta de la realidad.

El procedimiento de la noviparla es muy sencillo si se le aúna otro concepto que también se maneja en Mil novecientos ochenta y cuatro: el doblepensar. De este modo, las autoridades logran cambiar de nombre a las cosas para presentarlas exactamente como su contrario. Así, el ministerio de la Verdad es el encargado de la propaganda, de falsear los datos, de esconder la realidad. El ministerio del Amor es, de hecho, el de la guerra. La historia es escamoteada sistemáticamente y todos los medios de información están al servicio del poder.

?Una novela antitotalitaria? Sí, pero no sólo “anticomunista” como se nos hizo pensar durante la guerra fría. Las ironías de Orwell podrían dirigirse también al “nuevo orden internacional”, en el que se lanzan bombas contra civiles por razones “humanitarias” –ya sea en Yugoslavia o en Chechenia–, se toman medidas económicas impopulares para el “bienestar del pueblo”, se nos inunda de información despojada de contexto y que finalmente equivale a no decirnos nada, y en el que se dejan sueltos a genocidas por motivos de salud.

Pero volvamos al tema de la noviparla de Orwell y su relación con la lengua internacional. Como vemos, una lengua común para toda la humanidad, como la que aspira a ser el esperanto, no es requisito para el control de los pueblos. Éste ya se lleva a cabo sin necesidad de una lengua tal, con todo y barreras lingüísticas que, por lo demás, facilitan dicho control pues mantienen a la gente aprisionadas dentro de los muros de su lengua nacional, como diría Romain Rolland.

El contacto de Orwell con la idea de la lengua internacional no fue superficial. Durante su estancia en París frecuentaba a su prima Kate Limouzine, compañera de Eugenio Lanti. Éste era el fundador de la Asociacián Mundial de Anacionalistas (SAT) organización que, si bien de principios ideológicos confusos, constituía la “rama obrera” del movimiento esperantista, opuesta a la Asociación Universal de Esperanto (UEA).

La idea de la noviparla, sin embargo, no surgió del esperanto, sino de un proyecto de lengua internacional presentado por C. K. Ogden, denominado Basic English. Este “inglés básico”, como hace suponer su nombre, constituía una simplificación del inglés –de hecho su vocabulario se reducía a 850 palabras– de modo que fuera fácil de aprender para los extranjeros y representara el primer paso hacia el conocimiento de la lengua completa.

El mérito indiscutible del proyecto de Ogden fue haber contado con la simpatía del gobierno británico, específicamente de su primer ministro, Winston Churchill, durante los años de la segunda guerra mundial. Para Churchill, “los imperios del futuro son los imperios de la mente”, según declaró en 1943, y dio instrucciones para que la BBC difundiera programas en basic.

Aquí es donde entra en escena Orwell, quien a la sazón trabajaba precisamente en la BBC. De este modo entró en contacto con el propio Ogden y tuvo mucho interés en el desarrollo de este proyecto. Es indudable que la idea del basic, como lengua de dominación del imperio que surgiría de la segunda guerra mundial, es la cuna de la noviparla que le permite al poder controlar a sus ciudadanos.

Como podemos ver, el basic no cumplió sus objetivos. Las dificultades inherentes a constreñir el pensamiento a tan reducido vocabulario –por muy fascinante que sea como ejercicio intelectual– se volvieron en su contra y, ya para la muerte de su creador (1957), los pocos entusiastas que llegó a tener lo habían abandonado.

?Qué podemos concluir de esta experiencia? Lo primero que salta a la mente es que no es necesario un idioma internacional para controlar a los pueblos. Existen actualmente gran variedad de recursos audiovisuales que eximen de la necesidad de una lengua común a los interesados en ejercer el control de los pueblos.

La segunda conclusión es la paradoja de la anterior. En efecto, una lengua internacional no sólo no facilitaría el control, sino que constituye de hecho una defensa en cuanto que el contacto directo entre los pueblos y la comunicación democrática dificultarían enormemente la tarea autoritaria de escamotear la verdad.

Quienes acusan a la lengua internacional de ser un instrumento de dominación, por tanto, se expresan en noviparla y tratan de imputarle la responsabilidad de los problemas que, precisamente, se resolverían gracias a ella.

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