En Búsqueda de Nuestra Identidad
Según la declaración de Boulogne-sur-Mer, “esperantista es todo aquel individuo que hable esperanto”, sin importar qué finalidad le dé. Para Zamenhof, un “buen esperantista” era simplemente aquél que hablara bien la lengua y, sobre todo, que trabajara en su difusión y enriquecimiento literario.
Pero más de un siglo después, las cosas han cambiado y ahora, los hablantes de esperanto empiezan a preguntarse realmente quiénes son y cuáles son sus fines, si es que los tienen.
De este modo, en el seno del movimiento esperantista han surgido diversas corrientes que se plantean la reflexión respecto de sí mismas, en busca de definir su propia identidad en nuestro mundo contemporáneo, distanciándose de los planteamientos considerados ingenuos de los primeros años del esperantismo.
Lejos de ser homogénea, como podría parecerlo vista desde fuera, la comunidad esperantista presenta una imagen diversa, llena de matices y variaciones que, no podemos ignorarlo, puede resultar desconcertante para quien se acerca a ella por vez primera.
En efecto, pueden considerarse contradictorias estas corrientes al interior de un movimiento que se quiere unificador, de una comunidad con aspiraciones universales, constituida por hablantes de una misma lengua.
Si bien existen muchas variaciones, grosso modo podemos distinguir dos corrientes principales:
Aquellos que ven en el esperanto básicamente un fin y, por tanto, trabajan por su difusión. Aquellos que ven en él un medio y simplemente se dedican a utilizarlo. No es por simple retórica que podemos decir que ambas tendencias son necesarias en la dinámica del esperantismo. Quienes trabajan por su difusión, los militantes,difícilmente podrían persuadir a otros de aprender la lengua internacional si ésta no contara con el substrato creado por quienes la utilizan, los practicantes, pues es aquí donde encontramos la gran mayoría de los elementos de lo que podemos llamar la cultura esperantista. Esta aparente contradicción, pues, no sólo no resulta perjudicial para el esperanto, sino que de hecho constituye la fuerza motriz que lo ha impulsado y lo seguirá haciendo.
Aun más: el simple hecho de reflexionar sobre su identidad revela la madurez de los esperantistas, que pueden plantearse estas preguntas sin temor a lesionar la unidad del movimiento. Es un reflejo de la vasta diversidad de nuestro mundo y una demostración palpable de que la unidad lingüística no supone –como quieren hacer pensar los detractores del esperanto– la uniformización del pensamiento y de la cultura.