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====== Lengua y Nación ====== A lo largo de la historia, algunas lenguas han llegado a ocupar el lugar de lenguas comunes en vastos territorios. Este hecho sigue el mismo proceso repetido en los casos del griego, el latín, el árabe, el español, el francés y el inglés. Originalmente es la lengua de un grupo que conquista el poder político. Después, ya como la lengua de un país, es llevada en las guerras de conquista e impuesta en los territorios sometidos. Convertida así en la lengua de la administración, los nativos se ven obligados a aprenderla para arreglar sus asuntos oficiales o recibir educación. El prestigio de dicha lengua aumenta en detrimento de las nativas: los hablantes prefieren hablar la lengua dominante. Para las nuevas generaciones, constituye su lengua materna. Este proceso ha sido irreversible en algunos casos. Lograda su independencia, las colonias españolas jamás pensaron en volver al uso de los antiguos idiomas americanos. Esto se debió, principalmente a que los libertadores eran criollos cuya lengua materna era el español y a que las reivindicaciones indígenas no jugaron ningún papel. Igualmente en la India se tuvo que conservar el inglés de los colonizadores, pues era el único idioma que resultaba común a la mayoría de la población. Sin embargo el uso del inglés no ha resuelto del todo el problema, y hasta la fecha no se ha encontrado la solución más adecuada. ===== Vigencia de las lenguas populares ===== En otros casos, la dominación política ha tolerado el uso de los idiomas originales en el territorio sometido; al menos en la vida familiar. Tal fue el caso de los países balcánicos sometidos durante siglos al Imperio Otomano. Asimismo, las numerosas nacionalidades contenidas en el Imperio Austro-Húngaro jamás perdieron la memoria de sus respectivas lenguas. Al tiempo, la caída de estos imperios permitió el resurgimiento de las nacionalidades contenidas en ellos. Los rumanos, por ejemplo, a pesar de los siglos de dominación turca y rusa, jamás olvidaron su pasado romano. El zar, sin embargo, estaba interesado en proclamarlos como eslavos a fin de poder mostrarse como el "protector de los pueblos eslavos". Por esto cuando Heliades Radulesco empezó a publicar su periódico rumano ”después de haber publicado una gramática del idioma” y a proclamar el origen latino y no eslavo de los rumanos, fue definitivamente prohibido por la censura. En este sentido es muy interesante la nota de Tagliavini, respecto a la concepción oficial del gobierno soviético de considerar a la lengua moldava como una lengua independiente del rumano. Este les permite justificar la existencia de una República Soviética Socialista Moldava, con territorio anexado de Rumania. En este caso las diferencias lingüísticas son exhibidas para defender una postura política. A partir de 1816, cuando Jorge Lazar funda la primera escuela para enseñar en rumano, y no en griego, empieza a formarse, o quizá deberíamos decir, se empiezan a recordar los antecedentes rumanos. La dominación rusa de los principados moldo-valacos, no sólo no apagó el recuerdo, sino que lo hizo aún más deseable. Radulesco, discípulo de Lazar, y los hermanos Alexandresco y Jorge Alexandri, "daban a la lengua popular durante tanto tiempo desdeñada sus títulos de nobleza". La guerra ruso-turca produjo otro descubrimiento: el de los búlgaros. Con gran sorpresa, los soldados rusos se encontraron un pueblo que hablaba una lengua semejante a la suya. Ignoraban que a ese pueblo debían su alfabeto. Los monjes Cirilo y Metodio habían creado este alfabeto en el año 863, adaptándolo del griego a las necesidades del eslavo. La lengua culta, sin embargo, era el griego. Fue hasta 1835 cuando se fundó la escuela de Gabrovo, para impartir instrucción en la lengua popular. Fue dirigida por Neófito Ritski, quien también publicó una gramática y la traducción del Nuevo Testamento. ===== Nacionalismo y lengua nacional ===== Existe una constante que no puede pasar desapercibida: la estrecha liga que se establecía entre el uso de las lenguas populares y las luchas independentistas. En Hungría, por ejemplo, a pesar del amplio dominio del alemán entre la sociedad selecta, no desapareció del todo el interés por cultivar la propia lengua. En 1825 gracias a un fondo instituido por el conde Szecheny, se formó la Academia, encargada de darle a la lengua su valor literario. Poco después aparecerían los grandes escritores húngaros: Vörösmarty, los hermanos Kisfaludy, Petöfi. Este último escribió en 1848 su Canto Nacional: "¡Hey húngaro, al llamado de la patria atiende! ¡Ahora! O ser esclavos o ser libres: he ahí la pregunta". A la misma generación pertenece Imre Madach, autor de La Tragedia del Hombre, ambicioso drama que aspira a reflejar la complejidad de la vida humana. "El poeta se yergue en el borde vacío, y se siente desesperadamente abandonado", escribe en la introducción de la obra István Sötér. La crisis del 1848 era considerada el reflujo de la historia. Por su parte, los checos (o bohemios) veían también en el resurgimiento de su lengua, una causa política. Intelectuales como Jungmann, autor de un diccionario checo-alemán en cinco volúmenes, Chafarik, con su Historia de la lengua y de la literatura eslava en todos los dialectos y Antigüedades eslavas, Palacky, historiador, y Kollar, poeta, todos ellos prepararon el camino del despertar eslavo, dentro del Imperio Austro-Húngaro. Croacia, dentro de los pueblos olvidados, encontró en Luis Gaï al hombre que la sacaría de su sopor. Usando el serbio-croata para editar un periódico, con el que soñaba en el resurgimiento de la antigua Iliria. "Tenemos ahora, un periódico ilirio dotado de una imprenta, escrito en el bello idioma de Ragusa; si venís en nuestra ayuda, pronto habrá una literatura iliria". El movimiento ilirio pudo crecer de tal forma, que hacia 1840, pudo contrarrestar el peso de los húngaros. En efecto, al empezar a deshacerse del uso del latín, estos reclamaban el derecho de usar el húngaro. Los croatas, sin embargo, "preferían la suya, a la que los magiares habían traído de Asia". Preocupados por el neo-ilirismo, los húngaros se dirigieron al rey, quien prometió proteger la lengua croata, a condición de que se olvidaran de la Iliria. La vieja provincia del Imperio Romano fue olvidada, pero los antagonismos subsistieron. ===== La cuestión de Polonia ===== El caso de Polonia ofrece un ejemplo extremo. Durante siglos Polonia no existió más que en forma de una lengua ligada a una religión. El polaco católico fue oprimido sucesivamente por sus vecinos, el ortodoxo ruso de oriente, y el protestante alemán del occidente. En 1772, Prusia se anexó la parte noroccidental (la Posnania), alegando defender los derechos de las minorías alemanas que vivían en esa zona. Austria tomó la Galitzia (excepto Cracovia) y Rusia se quedó con tres provincias nororientales. Después de vencer a Rusia, Napoleón creó el Ducado de Varsovia. Con la última derrota de Napoleón, las potencias europeas se reunieron en el Congreso de Viena (1815) y se repartieron a Polonia. Alemania ratificó su dominio sobre Posnania y Austria el suyo sobre Galitzia. El zar obtenía la Polonia Central bajo su administración, y se creó la República de Cracovia, que sería anexada por Austria en 1846. Los polacos, sin embargo, jamás olvidaron su lengua. Todo el siglo XIX está lleno de insurrecciones contra la tutela zarista, y a raíz de una de ellas, en 1846, el polaco es prohibido en las escuelas, los juzgados y la administración. Contra lo que pudiera pensarse, este proceso de resurgimiento de las nacionalidades no ha terminado. ===== Demandas actuales ===== En la actualidad, son muchos los grupos étnicos minoritarios que elevan sus demandas por conseguir un trato equitativo a sus lenguas, despectivamente llamadas dialectos. En los Estados Unidos las minorías hispanohablantes han reclamado siempre el derecho de recibir enseñanza en español. Y la popularidad de los mandatarios se mueve al ritmo de los subsidios que conceden a la educación bilingüe. El gobierno de México ha logrado mantener una ambigua política lingüística y que encontramos resumida en el simposio organizado por la difunta Comisión Nacional de Defensa del Idioma Español: "Promover un idioma común a todos los mexicanos, a través del respeto a las formas regionales de hablar y a la salvaguarda de las lenguas indígenas". Con tales contradicciones, no es raro que haya desaparecido la mencionada Comisión. En efecto, ¿cómo es posible promover una lengua común, respetando las formas regionales del habla? Estos son conceptos opuestos. Asimismo, es imposible pensar en la "salvaguarda" de las lenguas indígenas, cuando se habla de promover la lengua nacional. En fin, en este terreno México no hace más que reproducir a escala, la política lingüística aplicada en el campo internacional: permitir que siga el caos, a la espera de que la situación se resuelva por sí misma. ===== ¿Derechos lingüísticos? ===== Lo que hemos querido destacar en el punto anterior es la importancia de la lengua para la comunidad que la habla. No exageremos: la lengua no lo es todo, como advierte Oskar Bauer. Una nación no puede comprenderse únicamente por la lengua que habla. Pero también es cierto que no puede comprenderse sin ella. "Fácilmente puede encontrarse una patria si se ha perdido; una nación y una lengua, jamás", proclamaba Kollar. Podemos considerar, por lo tanto, que la posesión, la conservación y, sobre todo, el uso de la propia lengua, son derechos inalienables del hombre. Su contraparte: el despojo, la prohibición de usar el idioma materno, deben ser considerados como una grave violación a este derecho. Las lenguas, lejos de ser entes abstractas, son el producto social de la facultad humana de comunicarse. Como tales, seguirán las vicisitudes a las que se vean expuestos los hombres que las hablan. El latín, a pesar del gran prestigio que gozaba, y de haber sido conservado in vitro hasta siglos después del imperio que lo extendió por el mundo, no pudo substraerse a esa determinación. Y las modestas lenguas populares, dialectos incultos y carentes de valor, sin embargo, lograron resistir junto con la nación que las hablaba. Una lengua que no es portada con orgullo por sus hablantes, sucumbirá a los embates de las lenguas hegemónicas, por más Comisiones de Defensa que se establezcan. A su vez, una lengua en que sus hablantes vean un estandarte de su identidad, sobrevivirá a todos los ataques en su contra, vengan estos del terreno de la política o de la ciencia. ===== Lengua y política ===== Una cosa es clara: la lengua, como ente social, no puede substraerse a la política. Los ataques y la defensa que giran en torno a un idioma, no son gratuitos, ni se fundan en el mero sistema lingüístico. Tendrán siempre una connotación política y como tales habrán de ser abordados. El problema que nos ocupa es materia justamente de la política internacional. Por tanto, es mucho más complejo del que puede presentarse en un solo país. Al crecer el ámbito, cambia la dimensión. La solución no puede ajustarse a la ampliación de las políticas nacionales. Éstas pueden responder a los intereses de sus respectivos países, pero jamás pueden satisfacer las necesidades de la política mundial. Dicho de otra forma: si consideramos que la política lingüística de cada país se dirige a desarrollar su propia lengua, a aumentar su contenido cultural y a extender su territorialidad, debemos reconocer que esta política inevitablemente llegará a chocar con la de los demás países. Estos choques no se producirían en las fronteras de los pequeños países. No, éstos serían engullidos dentro de las zonas de influencia de las potencias, dando origen a grandes zonas lingüísticas. Aún así, el número de lenguas sería considerable, y fuera del alcance del aprendizaje del hombre común. Además, ¿cómo justificar la desaparición de tantas lenguas y sus respectivas culturas? ¿Invocando siempre el derecho del más fuerte? No podría siquiera invocarse una tendencia histórica. Como hemos visto, las luchas nacionales por su independencia, han ligado a sus reivindicaciones el derecho a expresarse en su propia lengua. ¿Hubiera tolerado el pueblo polaco la prohibición soviética de usar la lengua? Lo creemos poco probable. Aún más, estamos convencidos de que, a mayor capacidad de organizarse, los grupos minoritarios menos van a aceptar su desaparición.