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===== De la Imposibilidad de la Comunicación ===== Quizá uno de los obstáculos más frecuentes a los que se ha enfrentado la idea de lengua internacional, y en particular el esperanto, es el rechazo que siente la gente ante la mera mención del concepto. Aun después de conocer los argumentos y los hechos que prueban la capacidad del esperanto como forma de comunicación, como lengua expresiva y vehículo literario, la gente se aleja horrorizada por lo que no deja de considerar un sacrilegio. En nuestra mentalidad está muy arraigado el concepto de la lengua como don divino. En la civilización occidental, la palabra no sólo nos distingue como criaturas privilegiadas, sino que tiene toda la potencia creadora del universo. El Fiat lux pronunciado al principio del tiempo sigue fascinándonos con su fuerza, imitada en los conjuros de los magos, en los rezos de los creyentes y distorsionada en la voz de los demagogos. Aun más, Dios mismo confió a Adán la tarea de nombrar a todos los animales "por su propio nombre", es decir, el apropiado y justo, no cualquiera decidido a su capricho. De este modo, las palabras no sólo designan, sino que organizan el mundo entero. Incluso, volviendo con el Fiat lux inicial y en tanto que para una persona determinada sólo existe lo que conoce, las palabras crean, ya que sólo mediante ellas podemos conocer nuestra realidad. En la práctica, pues, nombrar es crear. ¿Cómo es posible, dados esos antecedentes, que alguien pretenda crear un idioma? ¿No constituye un delito de soberbia intelectual tratar de erigirse en creador de una lengua, que en esta concepción teológica equivale a parir de nuevo al universo? Por supuesto, existe una dificultad adicional. Para crear al universo primero es necesario conocerlo. Y en tanto no sepamos qué cosa es el universo, todo intento por nombrarlo será necesariamente fallido y, en el mejor de los casos, tentativo. Aquí nos topamos con uno de los problemas favoritos de la filosofía: el del conocimiento, fatigado ya por los presocráticos, desde Zenón de Elea, que recurrieron al regressus in infinitum para negar toda posibilidad de conocer al universo. Recordemos: entre el sujeto que conoce y el objeto conocido media siempre un elemento. Pero entre este elemento y el sujeto vuelve a mediar otro; y entre éste y el sujeto, nuevamente necesitamos otro, y así hasta el infinito. No está de más mencionar que, para obviar esta dificultad, el misticismo creó el concepto de revelación: es posible el conocimiento directo entre el sujeto y el objeto, sin intermediarios, gracias a un arrebato místico o divino, según las preferencias. Esto mismo podría aplicarse a la pareja esencial de la lingüística, la del significado y el significante. En efecto, entre la palabra (significante) y el objeto que designa (significado) necesariamente hay un proceso mental en el hablante que vincula unívocamente a una y otro. Y, de igual modo, entre la palabra y dicho proceso ha de mediar otro elemento que los relacione, y así sucesivamente. Desde este estricto punto de vista, no sólo resulta imposible conocer, sino también su corolario, nombrar y, por tanto, comunicarse. Hablar se convierte en un acto mágico, reservado sólo para los tocados de la gracia divina. El lenguaje deviene un imposible y su creación, una quimera. Así, la comunicación resulta una utopía y no es posible que yo haya escrito esto y que usted lo esté leyendo.